16 septiembre 2007

Durante un viaje en metro.

Hace tan sólo unos pocos días estaba en un vagón de metro en dirección al centro de Madrid.

Como siempre, iba aburrido, con la mirada casi ausente. Intentando inútilmente evitar respirar el agua de colonia de la señora sentada justo enfrente, o el sobaquillo descuidado del señor que se colgaba casi literalmente en la barra. Sin embargo ese viaje resultó ser algo distinto a lo que es habitual.

Miré por encima de mi cabeza y allí estaba, como esperando que alguien le prestara atención. ¡Y vaya si lo hice!

Era un poema.

Era este poema:

Pido la Paz y la palabra.

Escribo

en defensa del reino

del hombre y su justicia. Pido

la paz

y la Palabra. He dicho

«Silencio»,

«sombra», «Vacío»,

etc.

Digo

«del bombre y su justicia»,

«Océano pacífico»

lo que me dejan.

Pido

la paz y la palabra.



Y me quedé impresionado. Y casi no podía pensar, me encontraba prácticamente bloqueado por esas palabras. Y es que la sencilla belleza de este poema (que pareciera no decir nada) consiguió abstraerme del traqueteo del metro, de la colonia de mi vecina de enfrente, del sudor agrio, del mundo entero.

Porque Blas de Otero había pedido la paz y la palabra.

Y a lo mejor yo podría dársela.

Y a lo mejor cada uno que le lea este grito que está en el aire desde 1955, podría dársela.

Y ahora tú, que ya lo has leído, ¿qué piensas hacer?

1 comentario:

José L. Serrano dijo...

hay veces que me pasa lo mismo con esos poemas del metro

la gente a lo suyo y yo con ojos de alucinado de que no puedan ver la belleza

(en la Estación de Moncloa hay un verso de Gil de Biedma en los azulejos)

en fin