17 abril 2008

Los juegos y la lectura

El otro día me permití el lujo de aceptar la invitación de un amigo a ver la perfección de los juegos de ordenador... todo ultrarrealista de la vigésima generación. Sólo vi artificio y exceso de efectos, no me pareció un juego bueno, ni bonito, sin historia... consistía en recorrer un mundo 3D y dispararle a todo lo que se moviera. Eso ya lo hizo el Doom, pero en el tiempo en que los juegos eran 2D, con tecnología 2D. Si lo único que ofrecen los juegos modernos es efectos 3D, mal vamos.

Quizá porque empecé a jugar con un punto y dos lineas que se movían por la pantalla (lo llamábamos pin-pong) o porque estuve enviciado al space-invaders del bar de la plaza, no entiendo esta fiebre del hiperrealismo lúdico-virtual. Recuerdo que había juegos absolutamente absorventes basados en texto (los MUD), de hecho aún en nuestro tiempo he encontrado algunos activos... incluso en castellando, como Balzhur. Viendo la página web de este juego me entran ganas de apuntarme y recordar los tiempos en que para disfrutar de un juego sólo había que saber leer y tener un poco de imaginación.

Ahora en la publicidad de los juegos nos hablan de polígonos y motores de render, efectos que no son más que la negación de la condición humana: por mucho efecto o fiabilidad matemática con la que adornemos el juego, la sugerente imaginación de las personas supera todo ese aparato. Es el mismo motivo por el que una película jamás supera a la novela en la que se basa. El lector de la novela entra en un universo extraño que se convierte en una extensión del suyo propio. Interioriza las escenas y sucesos en complicidad con el autor del escrito, pero aportando todo su bagaje emocional, personal, intelectual.

Los famosos MUD eran juegos que por basarse en texto permitían al jugador tener ese mismo aporte. Aunque ya a mi edad la gente no suele jugar quizá me apunte al Balzhur, porque no sé donde lo oí, o lo leí, pero alguien dijo que uno se hace viejo cuando deja de jugar.

12 abril 2008

Hoy como entonces.



Corría 1929, o alrededores. Fue en un viaje desintoxicante cuando se escribió esto que a continuación os enseño. Miradlo sin recelo.
¡Quién lo diría!
¡El tiempo, no ha pasado el tiempo!

GRITO HACIA ROMA

(DESDE LA TORRE DEL CRYSLER BUILDING)

Manzanas levemente heridas
por los finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.


Por cierto, por si no fuera lo suficientemente claro, lo escribió Federico.