25 marzo 2007

OJOS DE PEZ, BRAZOS EN CRUZ. -fragmento de cuento que nunca se contó-

Un buen día la abuelita le dijo a su nieta caperucita, roja, por supuesto (qué se le va a hacer, yo no lo escribí):

“No te fíes de los hombres que te reciben con los brazos abiertos de par en par, si su ojos están vacíos, como los de los peces…”

A continuación vino una de esas interminables charlas de la abuela, llena de refranes tipo que los ojos son el espejo del alma (o era la cara, hija mía, la edad, ya sabes). Total, que en resumidas cuentas vino a decir que tuviera cuidado con esa gente, perdón, esa buena gente, que ha declinado su derecho a pensar y lo ha sustituido por una vergonzante sumisión a unas ideas preestablecidas, posiblemente apolilladas e inamovibles (porque se encuentran más cómodos viviendo y pensando cerca de la edad del bronce).

Porque esa buena gente, que dice amarte porque eres su igual, cuando descubre que no lo eres, porque es imposible (afortunadamente todavía no somos clónicos ni estamos sometidos al pensamiento único que vaticinó Orwell, aunque cada vez queda menos) y lo peor, cuando descubre que gracias a tu contacto sus pensamientos apolillados pueden tambalearse, prescinden de ti. O bien, directamente te agreden, físicamente o de cualquier otra bonita manera, o piensan que deben prohibirte hablar para que no se ofendan (eso sí, los hombres ojos de pez sí pueden seguir intentando ofenderte, porque ya se sabe que no ofende quien quiere, sino quien puede). Total, que tuviera precaución con este tipo de buena gente.

¡Y qué diablos, si no se lo dijo, debería habérselo dicho!


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