23 abril 2010

Cuando las palabras matan

“La mejor forma de predecir el futuro es inventarlo”.
Alan Kay (creador de Smalltalk)

Llegó a la estación espacial con la orden de matar a un hombre. No le dieron demasiados datos, sólo le enseñaron unas imágenes, con un nombre y un pequeño adelanto para comprar un billete y un ordenador personal de tercera mano. Después de dos años en la prisión de máxima seguridad de la Luna había vuelto a Toledo. Malvivió mientras buscaba algún trabajo honrado, pero la realidad era que nadie se fía de un hacker. Los jefes prefieren a gente a la que poder pisar, si te temen, si no pueden confiar en ti o si eres más inteligente que ellos no te contratan; en la mayoría de los casos él cumplía con estos tres requisitos. Llevaba ya seis meses, sin apenas dinero ni recursos. Vivía solo, realquilado en una mísera habitación. Una mañana nublada, mientras mendigaba a los turistas en San Juan de los Reyes, se le acercó un hombre y le ofreció un trabajo. Ilegal, por supuesto, pero él ya no podía elegir. No pagaban mucho para lo que pedían, pero le permitiría ir a otro sitio. Cambiar de identidad y buscar fortuna en una de las nuevas colonias.
Tardó un par de semanas en dar con su objetivo. El ordenador personal estaba constantemente conectado a la central. El sistema era arcaico y no lo conocía muy bien. Le costó hacerse un hueco en las rutinas y hackear permisos para consultar la base de datos. Por alguna oscura razón, a los creadores del sistema se les ocurrió desarrollar todo el sistema en un lenguaje arcano llamado Smalltalk. Nadie utilizaba ya lenguajes de programación escritos, sin embargo la estación era una gran máquina virtual implementada en hardware para ejecutar ese lenguaje. Sólo unos pocos trastornados por la prehistoria informática eran capaces de entenderlos. Por eso lo eligieron a él.

dubi$> smalltalk

SystemBrowser open.

Le resultaba agradable, casi místico, lanzar las aplicaciones del entorno tecleando en el workspace 2D y no desde el entorno gráfico 3D del sistema.
Ya lo tenía: celda C-N-13. Días monitoreando los parámetros de la celda, y echándole un ojo a lo que mostraba la cámara. No había duda, ese tipejo flaco y temeroso era su objetivo. Apenas salía de la habitación y vivía en un continuo sobresalto, como un hámster en una jaula rodeada de gigantescos humanos que golpean sus barrotes. Durante la observación llegó a identificarse con la víctima: sentía lástima y miedo. Una reacción empática que le hacía verse en la misma situación. Autocompasión y miedo ¿Qué pasaría si no cumplía lo acordado? Y aun cumpliéndolo: ¿Cuál era el único cabo suelto de todo este asunto?
Por enésima vez lanzó el entorno de programación:

dubi$> smalltalk

Transcript clear.
ProcessMonitor open.

Ante sus ojos se desplegaron una multitud de objetos que representaban la estación y sus sistemas. Los dejó en un segundo plano y se concentró en la zona donde se encontraban los procesos de control de una celda. Durante un mes estudió los objetos implicados en esos procesos.
Preparó el mensaje pactado con su “cliente”; cifrado y oculto por estenografía en una foto de la vista de la Tierra que hay desde los ventanales de uno de los restaurantes más concurridos de la estación. Y esperó. Consultaba su cuenta corriente compulsivamente cada 10 minutos. Mientras repasaba una y otra vez el código del programa. Lanzaba el depurador y lo repasaba línea a línea, llamada a llamada. Había repetido el proceso cientos de veces. Incluso encontró dos o tres bugs en el sistema. Seguía observando al desdichado hámster en su jaula. Cuando llegó la transferencia no estaba tan seguro de querer cumplir su cometido, pero ya era tarde para arrepentirse. Se anotó como voluntario para el primer planeta colonizable en el que no pidieron papeles. Sacó el dinero de la cuenta y pagó el billete en efectivo. Mañana saldría rumbo al futuro. Dedicó cerca de dos horas a empaquetar sus pertenencias. Se sentó delante del terminal.

dubi$> smalltalk

cell := (station cells) at: #CN13.
cell inspect.

El sistema ante un incendio cerraba la zona afectada herméticamente. Si la zona estaba deshabitada hacía que los intercambiadores de gases extrajeran el oxígeno e inyectaran anhídrido carbónico. Si la celda hubiera estado ocupada por cualquier organismo vivo, los aspersores lanzarían una capa de espuma seca. Por compasión, para evitar sufrimiento, esperó hasta que el extraño se durmiera.

cell habited: false;
fireWarning: true.

Se fue a dormir. Al cabo de seis horas se levantó de la cama sin haber pegado ojo. Era terriblemente consciente de lo que había hecho, no le consolaba saber que no había sufrido nada. Por los pasillos del nivel C había mucho ajetreo. Poco a poco la estación se convirtió en un ir y venir de personal. Nadie reparó en la sala de embarque que una figura encorvada, un pobre hombre, casi un indigente, soltaba algunas lágrimas.

No hay comentarios: